
Por el élder S. Mark Palmer
De la Presidencia de los Setenta
En los cielos hay gozo por quienes vuelven. No es demasiado tarde para que regresen.
Hace tiempo, vivimos en una casa rodeada de majestuosos árboles. Junto a la entrada había un hermoso sauce. Una triste noche, se produjo una gran tormenta y el sauce se desplomó. Estaba tirado en el suelo con las raíces arrancadas; era una imagen desoladora.
Yo estaba a punto de encender la motosierra y convertir al árbol en leña cuando nuestro vecino salió corriendo a detenerme. Me reprendió por darme por vencido y, de manera rotunda, nos instó a no deshacernos del árbol. Luego señaló una raíz que seguía enterrada y dijo que, si levantábamos el árbol, podábamos las ramas y lo nutríamos, las raíces volverían a aferrarse a la tierra.
Yo estaba escéptico y dudaba que ese árbol, que claramente se había caído y tenía problemas, pudiera sobrevivir y volver a brotar. Deduje que, aunque empezara a crecer de nuevo, seguramente no sobreviviría a la siguiente tormenta, pero sabiendo que nuestro vecino creía que el árbol aún tenía futuro, aceptamos seguir ese plan.
¿Cuál fue el resultado? Después de un tiempo, vimos señales de vida a medida que el árbol empezaba a echar raíces. Ahora, doce años después, el árbol está vibrante y lleno de vida, con raíces fuertes, y de nuevo contribuye a la belleza del paisaje.
Cuando me reúno con santos en todo el mundo, recuerdo a este sauce y que hay esperanza, aunque todo parezca estar perdido. Hay quienes tuvieron testimonios del Evangelio que eran fuertes y vibrantes como el sauce. Después, por motivos muy personales, esos testimonios se debilitaron, lo que provocó la pérdida de su fe. Otros permanecen con unas raíces muy finas que los sostienen en la tierra del Evangelio gracias a las enseñanzas de este.
Sin embargo, me siento inspirado una y otra vez por las historias de muchos que han decidido renovar su discipulado y volver a su hogar en la Iglesia. En lugar de deshacerse de su fe y creencias como si fueran leña inservible, han respondido a impresiones espirituales e invitaciones amorosas para regresar.
Asistí a una conferencia de estaca en Corea en la que un miembro que había regresado dijo: “Doy las gracias a los hermanos por su disposición a aceptar mi falta de fe y mi debilidad y por tenderme la mano, y a los miembros que siempre son tan buenos conmigo. Aún tengo muchos amigos en mi entorno que son menos activos. Es gracioso, pero se dicen unos a otros que vuelvan a la Iglesia a recuperar la fe. Creo que quizás todos ellos anhelan tener fe”.
A todos los que anhelan tener fe, los invitamos a regresar. Les prometo que su fe se puede fortalecer si vuelven una vez a adorar con los santos.
Un exmisionero de África le escribió a una autoridad de más antigüedad de la Iglesia para disculparse y pedirle perdón por haberse ofendido con sus enseñanzas sobre cierta tradición cultural, lo que después lo llevó a alejarse de la Iglesia. Con humildad, él se expresó así: “Tristemente, el hecho de ofenderme hace quince años me hizo pagar un precio muy caro. Perdí muchísimo, mucho más de lo que alguna vez imaginé. Me avergüenza profundamente el daño que yo pueda haber causado a lo largo del camino, pero, sobre todo, me complace haber encontrado mi camino de vuelta”.
A todos los que reconocen lo que han perdido, los invitamos a volver, para que de nuevo puedan probar el gozoso fruto del Evangelio.
Una hermana de los Estados Unidos estuvo alejada de la Iglesia durante muchos años. La historia de su regreso incluye lecciones poderosas para los padres y otros familiares que se angustian por los seres queridos que se alejan. Ella escribió:
“Podría dar una infinidad de razones por las que dejé la Iglesia, el Evangelio y, en cierto sentido, a mi familia, pero la verdad es que no importan. No tomé una decisión grande de dejar la Iglesia; probablemente tomé mil decisiones. Pero algo que siempre he sabido es que mis padres sí tomaron una decisión grande, y se mantuvieron firmes en ella: decidieron amarme.
“Me resultaría imposible saber cuántas lágrimas derramaron, cuántas noches en vela pasaron o cuántas palabras pronunciaron en ferviente oración a mi favor. No me criticaron por mis pecados; más bien, me buscaron a pesar de mi estado pecaminoso. No me hicieron sentir incómoda en su hogar ni en las reuniones familiares; si alguna vez me sentí así, fue responsabilidad mía. Por el contrario, siguieron recibiéndome de buena gana. Debieron ver que mi luz se iba apagando con el tiempo, pero sabían que la persona que yo era entonces era tan solo una sombra de lo que aún tenía que llegar a ser.
“Así como el camino que me alejó de la Iglesia fue complejo, así lo fue mi trayecto de regreso, pero algo que no me resultó difícil al volver fue el sentimiento de regresar a casa, al lugar al que pertenezco”.
Hoy dirijo mi mensaje especialmente a todos los que alguna vez sintieron el Espíritu, pero se preguntan si hay un camino de regreso o un lugar para ustedes en la Iglesia restaurada de Jesucristo. También es para todos aquellos que apenas logran sostenerse espiritualmente o para quienes se sienten tentados a alejarse.
La intención de este mensaje no es cuestionarlos, ni tampoco condenarlos. Es una invitación, la cual extiendo con amor y un deseo sincero de recibirlos de vuelta a su hogar espiritual.
He orado para que sientan el testimonio del Espíritu Santo al escuchar ahora esta amorosa invitación y magnífica promesa de nuestro Salvador, Jesucristo:
“¿No os volveréis a mí ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane?”.
Cada semana, muchos responden a la invitación del Salvador volviendo al discipulado y a la actividad en la Iglesia, con discreción y humildad, buscando la sanación que Jesús promete. Y al contrario de las historias que a veces circulan, nuestros jóvenes están decidiendo, en números sin precedentes, permanecer firmes y aumentar su fe en Jesucristo.
Cuando a algunos seguidores de Jesús en Capernaúm les resultaron difíciles Sus enseñanzas y decidieron irse, Él se volvió hacia Sus apóstoles y preguntó: “¿También vosotros queréis iros?”.
Esta es la pregunta que cada uno de nosotros debe responder al afrontar nuestros momentos individuales de pruebas. La respuesta de Pedro a Jesús es invaluable y rotunda: “¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.
Por lo tanto, al meditar en la invitación del Salvador de volver a Él, ¿qué podrían aprender de la historia del sauce?
- El camino de regreso no suele ser fácil ni cómodo, pero vale la pena. Cuando levantamos nuestro sauce, podamos todas sus ramas. No se veía lindo. Es posible que también nos sintamos vulnerables al dejar de lado las antiguas costumbres y despojarnos del orgullo. El centrar su fe en Jesucristo y en Su Evangelio —el tronco y las raíces—, les dará esperanza y valor para dar ese primer paso de regreso.
- Nuestro sauce tardó muchos años en recuperar su antigua fuerza y belleza, pero ahora es aún más fuerte y hermoso que antes. Tengan paciencia mientras su fe y su testimonio crecen también. Esto conlleva no ofenderse por comentarios desconsiderados como “¿Dónde estuviste todos estos años?”.
- El sauce nunca habría sobrevivido sin cuidados y nutrición constantes. Ustedes nutrirán su fe y su testimonio al deleitarse ante la mesa de la Santa Cena cada semana y adorar en la Casa del Señor.
- Al igual que el sauce necesitaba la luz del sol para que sus ramas y hojas volvieran a brotar, también su testimonio crecerá si siguen siendo receptivos a los sentimientos y al testimonio del Espíritu. Aprendan de Amulek, quien describió así su época como miembro menos activo: “Fui llamado muchas veces, y no quise oír”.
- Mi vecino sabía lo que el sauce podía volver a ser. Del mismo modo, el Señor conoce el potencial divino de ustedes, y lo que su fe y testimonio pueden llegar a ser. Él nunca se dará por vencido con ustedes. Por medio de la Expiación de Jesucristo, todo lo que se ha roto puede ser sanado.
Testifico que en los cielos hay gozo por quienes regresan. Los necesitamos y los amamos. Testifico que Jesucristo es nuestro Salvador y que Él bendice a todos los que vuelven a Él con mayor paz y gozo. Sus brazos de misericordia no están cruzados, sino abiertos y extendidos hacia ustedes. No es demasiado tarde para que regresen. Con todo el amor de nuestros corazones, les damos la bienvenida a casa. En el nombre de Jesucristo. Amén.