“Allegaos a mí”

Por el presidente Henry B. Eyring

Segundo Consejero de la Primera Presidencia

Jesucristo nos ama a cada uno de nosotros. Él nos ofrece la oportunidad de acercarnos a Él.

Mis queridos hermanos y hermanas, es un gozo para mí estar con ustedes en esta conferencia general de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esta es Su Iglesia. Nos encontramos reunidos en edificios y hogares de todo el mundo en Su nombre.

Cuando entramos en Su reino, tomamos sobre nosotros Su nombre por convenio. Él es el Hijo de Dios resucitado y glorificado. Nosotros somos seres mortales sujetos al pecado y a la muerte. Sin embargo, en Su amor por cada uno de nosotros, el Salvador nos invita a acercarnos a Él.

El Salvador saliendo del sepulcro.

Esta es Su invitación para nosotros: “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá”.

Hay momentos en los que nos sentimos cerca del Salvador Jesucristo. Sin embargo, a veces, durante nuestras pruebas terrenales, sentimos cierta distancia de Él y deseamos una confirmación de que Él sabe lo que hay en nuestro corazón y nos ama individualmente.

La invitación del Salvador incluye la manera de sentir esa confirmación. Acérquense a Él recordándolo siempre. Búsquenlo con diligencia mediante el estudio de las Escrituras. Pídanle al Padre Celestial, por medio de la oración sincera, poder sentirse más cerca de Su Hijo Amado.

Hay una forma sencilla de pensar en ello. Es lo que harían si estuvieran separados de amigos queridos por un tiempo: encontrarían la manera de comunicarse con ellos, atesorarían cualquier mensaje que recibieran de ellos y harían todo lo posible por ayudarlos.

Cuanto más sucediera esto, cuanto más durara, más profundamente se fortalecería el vínculo de afecto y sentirían que se acercan cada vez más. Si pasara mucho tiempo sin la preciada comunicación y la oportunidad de ayudarse mutuamente, el vínculo se debilitaría.

Jesucristo nos ama a cada uno de nosotros. Nos ofrece esa oportunidad de acercarnos a Él. Como con un amigo cariñoso, lo harán de la misma manera: comunicándose por medio de la oración al Padre Celestial en el nombre de Jesucristo, escuchando para recibir la preciada guía del Espíritu Santo y, después, sirviendo a los demás en nombre del Salvador con buen ánimo. Pronto sentirán la bendición de acercarse a Él.

En mi juventud, he sentido ese gozo de acercarme al Salvador, y de que Él se acercara a mí, por medio de sencillos actos de obediencia a los mandamientos. Cuando era niño, la Santa Cena se ofrecía durante una reunión por la noche. Todavía recuerdo una noche específica, hace más de setenta y cinco años, cuando afuera estaba oscuro y hacía frío. Recuerdo un sentimiento de luz y calidez al darme cuenta de que había guardado el mandamiento de congregarme con los santos para participar de la Santa Cena y hacer convenio con nuestro Padre Celestial de recordar siempre a Su Hijo y guardar Sus mandamientos.

Al terminar la reunión esa noche, cantamos el himno “Conmigo quédate, Señor”, con las memorables palabras: “Oh permanece, Salvador; la noche viene ya”.

Esas palabras me hicieron sentir el Espíritu de manera sobrecogedora, aun cuando era niño. Aquella noche, sentí el amor y la proximidad del Salvador mediante el consuelo del Espíritu Santo.

Años más tarde, quise reavivar el mismo sentimiento de amor del Salvador y la cercanía que había sentido con Él durante esa reunión sacramental en mi juventud, así que guardé otro sencillo mandamiento: escudriñé las Escrituras.

En el libro de Lucas, leí acerca del tercer día después de Su Crucifixión y sepultura, cuando fieles siervas habían ido, por amor al Salvador, a ungir Su cuerpo. Cuando llegaron, hallaron la piedra del sepulcro removida y vieron que Su cuerpo no estaba allí.

Un ángel fuera del sepulcro de Cristo.

Dos ángeles se encontraban cerca y les preguntaron por qué sentían temor:

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

“No está aquí, sino que ha resucitado; acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea,

“diciendo: Es menester que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado y resucite al tercer día”.

Cristo y discípulos en el camino a Emaús.

Esa tarde, al anochecer, dos discípulos salieron de Jerusalén por el camino a Emaús y el Señor resucitado se les apareció y caminó con ellos.

El libro de Lucas nos permite caminar con ellos aquella tarde:

“Y aconteció que, mientras hablaban entre sí y se preguntaban el uno al otro, Jesús mismo se acercó e iba con ellos juntamente.

“Pero los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen.

“Y les dijo: ¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis, estando tristes?

“Y respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no ha sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?”.

Le hablaron de la tristeza que sentían porque Jesús había muerto, cuando ellos confiaban en que Él iba a ser el Redentor de Israel.

La voz del Señor resucitado debe haber tenido un tono afectuoso al dirigirse a aquellos dos discípulos tristes y afligidos.

Al continuar leyendo, vinieron estas palabras que me conmovieron el corazón, tal como lo había sentido cuando era niño:

“Y llegaron a la aldea adonde iban; y él hizo como que iba más lejos.

“Pero ellos le insistieron, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos”.

Cristo sentado con los discípulos.

Aquella noche, el Salvador aceptó la invitación de ir a la casa de Sus discípulos. Se sentó a comer con ellos; tomó pan, lo bendijo, lo partió y les dio. Fueron abiertos los ojos de ellos y lo reconocieron; después, Él desapareció de su vista.

Lucas registró para nuestro beneficio las emociones de aquellos discípulos benditos: “Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?”.

Luego, los dos discípulos se apresuraron a regresar a Jerusalén para contarles a los once apóstoles lo que había sucedido. Mientras relataban su experiencia, el Salvador se apareció de nuevo.

Se puso en medio de ellos y “les dijo: Paz a vosotros”. Entonces volvió a mencionar las profecías de Su misión de expiar los pecados de todos los hijos de Su Padre y de romper las ligaduras de la muerte.

“Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día;

“y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.

“Y vosotros sois testigos de estas cosas”.

Alma enseñando en las aguas de Mormón.

Al igual que Sus amados discípulos, cada hijo del Padre Celestial que ha elegido entrar por la puerta del bautismo está bajo convenio de ser testigo del Salvador y de cuidar de los necesitados durante toda su vida terrenal. El gran profeta Alma, del Libro de Mormón, dejó claro este compromiso hace siglos en las aguas de Mormón:

“Ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras;

“sí, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar […], aun hasta la muerte, para que seáis redimidos por Dios, y […] para que tengáis vida eterna”.

Conforme sean fieles a esas promesas, descubrirán que el Señor cumple Su promesa de ser uno con ustedes en su servicio, aligerando sus cargas. Llegarán a conocer al Salvador y, con el tiempo, llegarán a ser como Él y a “perfecciona[rse] en Él”. Al ayudar a los demás en nombre del Salvador, se darán cuenta de que se están acercando más a Él.

Muchos de ustedes tienen seres queridos que se están desviando del camino hacia la vida eterna y se preguntan qué más pueden hacer para traerlos de vuelta. Pueden contar con que el Señor se acercará a ellos conforme ustedes lo sirvan a Él fielmente.

Recuerden la promesa que el Señor les hizo a José Smith y a Sidney Rigdon cuando estaban lejos de su familia al servicio de Él: “Mis amigos Sidney y José, vuestras familias están bien; están en mis manos y haré con ellas como me parezca bien, porque en mí se halla todo poder”.

Cuando venden las heridas de los necesitados, el poder del Señor los sostendrá. Sus brazos se extenderán junto con los de ustedes para socorrer y bendecir a los hijos de nuestro Padre Celestial.

Cada siervo del convenio de Jesucristo recibirá Su guía mediante el Espíritu conforme bendiga y sirva a los demás en Su nombre; entonces sentirá el amor del Salvador y hallará gozo por estar más cerca de Él.

Soy testigo de la Resurrección del Señor con tanta certeza como si hubiera estado allí con los dos discípulos en la casa en el camino a Emaús. Sé que Él vive.

Esta es Su verdadera Iglesia, la Iglesia de Jesucristo. El Día del Juicio nos encontraremos con el Salvador cara a cara. Será una época de gran gozo para aquellos que, en esta vida, se hayan acercado a Él en Su servicio y podrán esperar con ansias oír Sus palabras: “Bien, buen siervo y fiel”.

Testifico de ello como testigo del Salvador resucitado y nuestro Redentor, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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