En ocasiones, nuestra disposición a perdonar a los demás nos habilita, tanto a nosotros como a ellos, a creer que podemos arrepentirnos y ser perdonados. A veces, la disposición a arrepentirnos y la capacidad para perdonar no llegan al mismo tiempo. Nuestro Salvador es nuestro Mediador con Dios, pero también nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás a medida que venimos a Él. Reparar relaciones interpersonales y sanar corazones es difícil, tal vez nos resulte imposible hacerlo solos, sobre todo cuando el dolor y el sufrimiento son intensos. Pero los cielos pueden darnos fortaleza y sabiduría más allá de las nuestras para saber cuándo aferrarnos y cómo soltarnos. Nos sentimos menos solos cuando nos damos cuenta de que no estamos solos. Nuestro Salvador siempre comprende. Con la ayuda de nuestro Salvador, podemos entregarle a Dios nuestro orgullo, nuestras heridas y nuestros pecados. Independientemente de cómo nos sintamos al principio, vamos sanando a medida que confiamos en Él para que sane nuestras relaciones. El Señor, que ve y entiende perfectamente, perdona a quien es Su voluntad; nosotros, que somos imperfectos, debemos perdonar a todos. A medida que venimos a nuestro Salvador, nos centramos menos en nosotros mismos.
En ocasiones, nuestra disposición a perdonar a los demás nos habilita, tanto a nosotros como a ellos, a creer que podemos arrepentirnos y ser perdonados. A veces, la disposición a arrepentirnos y la capacidad para perdonar no llegan al mismo tiempo. Nuestro Salvador es nuestro Mediador con Dios, pero también nos ayuda a reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás a medida que venimos a Él. Reparar relaciones interpersonales y sanar corazones es difícil, tal vez nos resulte imposible hacerlo solos, sobre todo cuando el dolor y el sufrimiento son intensos. Pero los cielos pueden darnos fortaleza y sabiduría más allá de las nuestras para saber cuándo aferrarnos y cómo soltarnos. Nos sentimos menos solos cuando nos damos cuenta de que no estamos solos. Nuestro Salvador siempre comprende. Con la ayuda de nuestro Salvador, podemos entregarle a Dios nuestro orgullo, nuestras heridas y nuestros pecados. Independientemente de cómo nos sintamos al principio, vamos sanando a medida que confiamos en Él para que sane nuestras relaciones. El Señor, que ve y entiende perfectamente, perdona a quien es Su voluntad; nosotros, que somos imperfectos, debemos perdonar a todos. A medida que venimos a nuestro Salvador, nos centramos menos en nosotros mismos.