
Por el élder Sandino Román
De los Setenta
La fe brota cuando confiamos en Jesucristo y florece cuando le somos fieles y leales.
Cuando tenía diecisiete años acordé con mi amigo José Luis que le enseñaría a nadar; así que una mañana dedicamos tiempo a practicar. Cuando terminó la lección y estaba saliendo de la piscina, escuché a mi amigo gritar pidiendo auxilio. Se estaba ahogando en la parte más profunda de la piscina.
Me tiré al agua y nadé hacia él mientras oraba pidiendo ayuda. Al tomarlo de la mano para sacarlo a la superficie, mi amigo, en su desesperación, se subió a mi espalda y me apretó del cuello con tanta fuerza que me impedía respirar. Ahora los dos nos estábamos ahogando. Yo hacía lo posible por alcanzar la superficie, mientras oraba con todas mis fuerzas pidiendo un milagro de Dios. Entonces, de manera lenta pero constante, el poder de Dios se manifestó cuando sentí una mano que me impulsaba hacia el lado poco profundo de la piscina, poniéndonos a salvo.
Aquella experiencia me confirmó una profunda lección que el presidente Russell M. Nelson enseñó en cierta ocasión: “Cuando procuren el poder del Señor en su vida con la misma intensidad que tiene uno que se está ahogando y lucha por respirar, el poder proveniente de Jesucristo será de ustedes”.
Queridos niños y jóvenes, hoy quiero dirigirme a ustedes en cuanto al principio esencial de la fe en Jesucristo.
Tener fe en Cristo significa confiar en Él
¿Qué significa tener fe en Cristo? ¿Significa que creemos en Él o que tenemos un testimonio de que Él es real? Esto puede ser un comienzo, pero es más que eso. ¿Alguna vez han pensado en la fe como confianza? Piensen en la persona en quien más confían, tal vez un familiar o un amigo. ¿Por qué confían en ella? Quizás sea porque han visto su amor y ayuda constantes.
Cuando tenemos fe en Cristo, reconocemos Sus bendiciones y desarrollamos una relación de confianza con Él.
¿Cómo pueden aumentar su confianza en Cristo?
En un devocional reciente para los jóvenes, se les invitó a meditar en una ocasión de su vida en la que recibieron un rayo de luz celestial. ¡Prueben este ejercicio!
Comiencen por meditar acerca de Cristo y la felicidad que Su Expiación y Su Evangelio traen a su propia vida. Además, registren los “recuerdos espiritualmente decisivos” en los que Dios ha estado allí para ustedes, para sus seres queridos y para las personas de las Escrituras. Ahora bien, esos testimonios no traerán poder a sus vidas sino hasta que el Espíritu los grabe en las “tablas de carne” del corazón. Por eso, mediten y registren todo lo que Dios puso en marcha para que esos milagros llegaran en el momento preciso.
Además, usen este ejercicio como una oportunidad para acercarse más a Dios. Oren a su Padre Celestial como si fuera la primera vez. Expresen su amor y gratitud por Sus bendiciones. Incluso pregúntenle cómo se siente Él con respecto a ustedes y al rumbo que su vida lleva.
Si son sinceros y humildes, escucharán Su respuesta y comenzarán una relación personal y duradera con el Padre Celestial y con Jesucristo. ¡No solo eso, sino que sus hábitos religiosos cobrarán sentido! Por ejemplo, considerarán sus oraciones, estudio personal y su adoración en el templo como oportunidades para llegar a conocerlos y estar con Ellos.
La fe florece con la lealtad
Fíjense cómo la fe brota cuando confiamos en Jesucristo y florece cuando le somos fieles y leales. Si desean una verdadera relación con Cristo, demuéstrenlo haciendo convenios y honrándolos con fidelidad y lealtad. Hacer convenios con Jesucristo edifica la esperanza; honrarlos edifica la fe.
Permítanme usar un ejemplo personal. Cuando era niño, un día encontré a mi madre llorando a solas. Al preguntarle por qué, me dijo suavemente: “Necesito que seas un buen muchacho”. Aunque sabía que yo no era la causa de su angustia, amaba a mi madre y confiaba en ella como en nadie más y quería hacerle la vida menos difícil. Así que, con lágrimas en los ojos y con toda la solemnidad que puede tener un niño de nueve años, aquel día le prometí que siempre me esforzaría por ser el mejor hijo y que la haría sentirse orgullosa.
¿Se imaginan el poder que aquella promesa tuvo, y todavía tiene, en mí?
Esa promesa guiaría mi vida. Antes de tomar decisiones, consideraba si mis acciones la complacerían. El vínculo de aquella promesa y la relación con mi madre fueron anclas de mi conducta a lo largo de mi vida.
Años más tarde, al conocer mejor a Jesucristo, ya sabía cómo basar mi fe en Él. He hecho convenios con el Señor y, al procurar honrarlos, Él ha perdonado mis pecados, ha guiado mi vida y “me ha llenado con su amor” hasta lo más profundo de mi ser. Cristo ha infundido en mí un profundo amor, respeto y lealtad hacia Él.
¿Entienden por qué la “fe es un principio de acción” y que “sin fe es imposible agradar a Dios”?.
Al tratar de hacer lo que a Él le agrada, dirán como José en Egipto cuando fue tentado por la esposa de Potifar: “¿Cómo, pues, haría yo este gran mal y pecaría contra Dios?”. Y cuando enfrenten oposición, dirán como el joven profeta José: “Yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo […], sabía que haciéndolo, ofendería a Dios”.
Así pues, la fe en Jesucristo es un vínculo de confianza forjado con lealtad y amor. Es decir, en gratitud por el amor misericordioso de Dios (hesed), mostramos nuestro amor leal (emuná) al guardar Sus mandamientos.
Cristo promete: “El que tiene mis mandamientos y los guarda […] será amado por mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él”. Si se comprometen a serle leales, Él les manifestará el amor que tiene por ustedes.
Fe ante la adversidad
Pero ¿cómo deberían responder ante situaciones tan adversas que requieran Sus milagros? Si bien los desafíos son inevitables y a veces aterradores, simplemente caminen impávidos hacia Él, tal como nos invita el lema de FSY 2025: “Mirad hacia mí en todo pensamiento; no dudéis; no temáis”.
¿Cómo pueden caminar impávidos hacia Él?
Imaginen que son exploradores en un territorio desconocido. Para superar los obstáculos que les aguardan necesitan una fuente de luz. Su fidelidad a Dios y sus constantes interacciones con Él son el combustible de su linterna. Así, cuando se encuentren en situaciones oscuras y peligrosas, en lugar de caminar a ciegas hacia ellas, encenderán su linterna rebosante del aceite de la fe en Cristo para arrojar destellos de esperanza sobre el camino incierto. Sus experiencias pasadas aumentarán la esperanza de que el Señor los sostendrá en su jornada.
¿Para cuánto les alcanza su esperanza y su fe en Cristo?
¿Recuerdan el relato de la piscina? En aquel momento de desesperación, el milagro llegó como lo esperaba, pero Dios no garantiza que siempre será de acuerdo con nuestra voluntad. Nuestra fe debe centrarse en Cristo y nuestra esperanza en Sus bendiciones, tal como Él decida enviarlas. “Espere[mos] milagros”, pero “dej[emos] que Dios prevalezca en nuestras vidas”.
Las promesas de Dios a Su pueblo fiel
Mis jóvenes amigos, ¡cuánto los amamos y confiamos en ustedes! Ustedes pertenecen a la familia de Dios y son hijos del convenio. Crean y confíen en Jesucristo. Él los preparará para que lleguen a ser verdaderos discípulos Suyos.
Los invito a comenzar hoy a nutrir su relación con Jesucristo. Comprométanse a no abandonarlo jamás.
Su lealtad, amor y confianza en Cristo moldearán su carácter e identidad a semejanza de los de Él. Obtendrán confianza y recibirán fortaleza para superar los ataques de Satanás; y cuando cometan errores, anhelarán Su perdón. Por último, su esperanza en el futuro será brillante. Él les confiará Su poder para lograr cualquier cosa que espere de ustedes, incluso el poder para regresar a Su presencia.
Les testifico del gozo que proviene de cantar “la canción del amor que redime” y de estar “para siempre envuelto[s] entre los brazos de su amor”. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
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