Valorar la vida

Por el élder Neil L. Andersen

Del Cuórum de los Doce Apóstoles

La vida es una parte sumamente preciada del plan perfecto de nuestro Padre y, por decreto Suyo, valoramos y preservamos la vida.

Nuestro Salvador, Jesucristo, nos enseñó: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros”.

Hace poco, un obispo de Utah me habló de la efusión de amor que se produjo en su barrio por una joven y su familia. Gracias a una serie de hermosos acontecimientos, los padres decidieron regresar al Salvador y a Su Iglesia. Durante el tiempo que estuvieron alejados de la Iglesia, su hija adolescente tuvo una relación con un joven. Al regresar, esa preciada hija sintió el inmenso amor de su Padre Celestial durante una reunión de testimonios de las Mujeres Jóvenes y decidió vivir los mandamientos más plenamente. Ella escribió: “Comencé el proceso de arrepentimiento con mi obispo”.

Poco después, enfermó. Según sus palabras: “Una prueba confirmó que […] estaba embarazada. Comencé a llorar. […] Mi papá me abrazó y me aseguró que todo [saldría] bien. […] Mi novio […] me pidió que me deshiciera del bebé. […] Yo me negué”.

Cuidar de los necesitados

Y continúa así: “He recibido mucho amor y apoyo de la familia de nuestro barrio. Ha sido abrumador. [Mi] obispo y mi presidenta de las Mujeres Jóvenes han hecho todo lo posible para mostrar su amor y apoyo. […] He visto la mano del Señor […] guiándonos a mí y a mi familia. […] Un barrio como el mío es la familia que todos necesitan, especialmente una joven en mi situación”.

Ella, su familia y la familia de su barrio recibieron con amor a su hijo el pasado mes de febrero.

El Señor Jesucristo

El presidente Russell M. Nelson dijo: “Una característica distintiva de la Iglesia verdadera y viviente del Señor será siempre un esfuerzo organizado […] [por] ministrar a los hijos de Dios individualmente […], [ministrando con amorosa bondad] a la persona en particular, tal como Él lo hizo”.

Facilitar las decisiones justas

Cuando una mujer soltera descubre que está embarazada de un hijo no esperado, los problemas de salud, la confusión espiritual, la vergüenza, las preocupaciones económicas, los interrogantes educativos, la incertidumbre matrimonial y la tristeza por los sueños rotos pueden, en un momento de dolor y desconcierto, llevar a una mujer reflexiva a tomar medidas que le causarán profundo dolor y remordimiento.

A quienes estén escuchando y que hayan experimentado el profundo dolor y remordimiento de abortar o participar en un aborto, recuerden: aunque no podemos cambiar el pasado, Dios sí puede sanar el pasado. El perdón puede llegar mediante el milagro de Su gracia expiatoria si acuden a Él con un corazón humilde y arrepentido.

Se suelen asociar dos palabras a la santidad del nacimiento terrenal: vida y elección. La vida es una parte sumamente preciada del plan perfecto de nuestro Padre y, por decreto Suyo, valoramos y preservamos la vida, y elegimos la continuación de la vida una vez concebida. También valoramos el don de poder elegir, el albedrío moral, que ayuda a reforzar las decisiones justas y aprobadas por Dios que brindan felicidad eterna.

Cuando una mujer y un hombre viven un momento tan delicado, en el que afrontan una decisión crucial, podemos bendecirlos con nuestras palabras, nuestras manos y nuestros corazones —espiritual, emocional y económicamente— para que sientan el amor del Salvador. Y tal como dijo el presidente Henry B. Eyring, para brindar claridad a sus ojos espirituales y estos cambien de “lo que creen que ven” a “lo que aún no pueden ver”.

La doctrina de la vida terrenal

El presidente Dallin H. Oaks dijo: “Nuestra posición en cuanto al aborto no se basa en un conocimiento revelado que nos aclare […] cuándo empieza la vida, sino que lo que la determina es nuestro conocimiento de que […] todos los hijos espirituales de Dios vienen a la tierra por un propósito glorioso, y que la identidad individual comenzó mucho antes de la concepción y continuará en las eternidades por venir”.

La palabra del Señor concerniente a los no nacidos, a la que se ha dado voz por medio de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles, nunca ha variado y se hace eco de las palabras de los profetas a lo largo del tiempo, aportando claridad divina a lo que el Señor nos ha pedido.

“La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cree en la santidad de la vida humana. Por lo tanto, la Iglesia se opone al aborto electivo por motivos de conveniencia personal o social, y aconseja a sus miembros que no se sometan a un aborto, ni que lo lleven a cabo, ni que fomenten, paguen ni hagan arreglos para que se realicen tales abortos.

“[El Señor] concede posibles excepciones […] cuando:

  • El embarazo es resultado de una violación o un incesto.
  • O bien, un médico competente determina que la vida o la salud de la madre está en serio peligro.
  • O bien, un médico competente determina que el feto tiene defectos graves que no permitirán a la criatura sobrevivir después del nacimiento”.

La Primera Presidencia continúa diciendo: “El aborto es un asunto muy serio. [Incluso en estas situaciones poco frecuentes] debe considerarse solo después de que las personas responsables hayan recibido la confirmación a través de la oración” y hayan deliberado en consejo con otras personas.

Hace treinta años, los profetas del Señor publicaron una proclamación para el mundo en la que se recogen estas palabras:

“Declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación han de emplearse solo entre el hombre y la mujer legítimamente casados como esposo y esposa.

“Declaramos que los medios por los cuales se crea la vida mortal son divinamente establecidos. Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios”.

El nutrir y proteger la vida que aún no ha nacido no es una posición política; es una ley moral confirmada por el Señor por medio de Sus profetas.

Hablar más abiertamente

El presidente J. Reuben Clark, hijo, quien sirvió en la Primera Presidencia, hizo una declaración que describe de manera hermosa a nuestra juventud actual: “Los jóvenes de la Iglesia tienen hambre de las cosas del Espíritu; están ansiosos por aprender el Evangelio, y lo quieren en su forma más pura y clara. Quieren saber en cuanto a […] nuestras creencias; quieren obtener un testimonio de [la] verdad […]; son jóvenes con […] interrogantes, buscadores de la verdad”. Hablemos más a menudo, con fe y compasión, con nuestros jóvenes en nuestros hogares, y los unos con los otros en nuestras reuniones de la Sociedad de Socorro y del cuórum de élderes, sobre la ley de castidad del Señor, la santidad de la vida y el cuidado de los que aún no han nacido y de sus madres.

Una querida hermana me escribió acerca de una experiencia que tuvo hace décadas: “Cuando tenía diecisiete años […], me encontré embarazada y con poco o ningún apoyo de mi novio. Me sentía avergonzada y sola, [pero] nunca me planteé [abortar]. […] [Tenía] a mi familia amorosa y a mi obispo, con quienes me reunía con frecuencia para recibir guía. […] Acudí a Dios. Estudié las Escrituras […] y oré [y] hallé fortaleza por medio de mi Salvador y del proceso de arrepentimiento. […] Recibí una respuesta [a mis oraciones] que no podía negar. […] Fue desgarrador, pero sabía que iba a dar a mi hija en adopción. […] Oré para pedir valor [y] sentí el amor del Salvador con tanta claridad por medio del arrepentimiento que sé que Dios […] contesta las oraciones y nos fortalece”.

Un amoroso matrimonio adoptó a aquella preciosa niña y le enseñó el Evangelio. Ahora está casada y tiene su propia y hermosa familia.

En ocasiones, la protección de la vida puede ir acompañada de una incertidumbre muy difícil y angustiosa.

Hace poco, un joven matrimonio muy querido para Kathy y para mí me escribió acerca de la preciosa bebé que esperaban.

El padre escribió: “[Cuando mi esposa estaba] embarazada de diez semanas, descubrimos que nuestra bebé milagro tenía una alteración genética llamada trisomía 21, más conocida como síndrome de Down. Sentimos presión […] por parte de la profesión médica de plantearnos poner fin al embarazo. Unas semanas más tarde, descubrimos […] que nuestra hija que estaba por nacer […] requeriría varias cirugías de corazón en su primer año de vida. A lo largo de este proceso, al orar fervientemente pidiendo ayuda divina […], hemos sentido que el Espíritu nos ha consolado. Recibimos revelación y entendimiento de que nuestra hija es una hija escogida del Padre Celestial y que tiene un inmenso deseo de estar en nuestra familia y venir a la tierra”.

La mamá de la bebé escribió: “Estábamos completamente conmocionados, confundidos y, sinceramente, devastados por la noticia. […] A las catorce semanas de embarazo, descubrimos que nuestra bebé tenía varios defectos cardíacos congénitos, uno de los cuales podía resultar mortal. Visitamos a innumerables médicos y especialistas entre las semanas diez y dieciocho de gestación. […] En cada una de esas citas, nos preguntaban si queríamos continuar con el embarazo o interrumpirlo. […] El Salvador me sanó el corazón y me brindó una sensación de paz y entusiasmo por nuestra bebé. […] [El Padre Celestial] me ha mostrado una y otra vez que Él tiene un plan perfecto para mí [y] confío en Él”.

Con gran entusiasmo, recibieron a su bebé hace hoy justo una semana. Ella es suya, y ellos son de la niña, para siempre.

La fe inquebrantable y el valor extraordinario son características distintivas de los discípulos de Jesucristo.

Un ejemplo notable de fe

A lo largo de los años, he tenido el privilegio de reunirme con hombres y mujeres que, con humildad, han procurado regresar a la senda de los convenios y a sus bendiciones del sacerdocio y del templo, muchos años después de haber perdido su condición de miembro.

En una ocasión, tuve que entrevistar a un hombre, en nombre de la Primera Presidencia, para que se le restauraran las bendiciones del sacerdocio y del templo.

Después de casarse en el santo templo y de haber tenido tres hijos maravillosos, el hombre fue infiel a su esposa y a sus convenios sagrados. Una mujer soltera se quedó embarazada y quiso abortar.

La devota esposa de aquel hombre le suplicó a la mujer que tuviera el bebé, y le prometió que una vez que naciera el niño, lo criaría con sus propios hijos.

La mujer soltera reflexionó y accedió a no interrumpir el embarazo.

Habían transcurrido diez años, y la humilde hermana sentada frente a mí amaba al niño como si fuera suyo y me habló de los esfuerzos de su esposo por corregir sus errores, y amarlos y cuidarlos a ella y a la familia. El padre lloraba mientras ella hablaba.

¿Cómo podía esa noble mujer de Dios aceptar como suyo a un hijo que podía ser un recordatorio diario de la infidelidad de su esposo? ¿Cómo? Porque halló fortaleza por medio de Jesucristo y creía en el carácter sagrado de la vida, en la santidad de la vida. Ella sabía que el bebé que estaba por nacer era un hijo de Dios, inocente y puro.

Collage de fotos de bebés.

Mis queridos hermanos y hermanas, la disminución del amor por los niños no nacidos en todo el mundo genera gran preocupación. Dios valora la vida. Su obra y Su gloria es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna a Sus hijos. Como discípulos de Jesucristo, valoramos la vida. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros”. Ruego que compartamos nuestro amor aún más abundantemente con aquellos que tan desesperadamente nos necesitan. Expreso mi amor por ustedes y el amor de nuestro Padre Celestial por Sus hijos que vienen a la tierra. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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